jueves, 5 de junio de 2014

Maela y Graco. Un amor intemporal





Maela lo miró con especial sentimiento. Los ojos hablaban por sí solos, expresando amor y súplica.
—Bésame —pidió, entreabriendo sus labios. Él la besó, con el pálpito abrasado en el dolor.
—En tus ojos veo mi cansancio; en tus abrazos, los míos; en tus besos contemplo mi corazón. ¿Por qué? —preguntó Graco—. Mi vida no tiene sentido sin la tuya.
Las silenciosas lágrimas que desbordaron sus ojos, no sólo rodaron por sus mejillas; también fueron absorbidas por su carne, lacerando sus entrañas.
—Siempre te amaré; porque fuiste el hombre que robó mi corazón —susurró Maela, haciendo acopio de fuerzas. Su mano se alzó temblorosa buscando el rostro desencajado que tenía delante, acariciándolo amorosamente. Su voz se debilitaba. Graco sintió un nudo en la garganta, incapacitándole el habla. Las cuencas de sus ojos se llenaron, nublándole la vista—. Sigue tu destino, y vive por los dos —añadió, sobreponiéndose a su propio dolor.
Graco no respondió.
—No estarás tan solo como crees… amor mío —musitó con esfuerzo. La falta de oxígeno, anegaba su garganta, fatigándola.
—Te amo; lo hice en el mismo instante en que te conocí. Desde entonces, no importa cuántos cientos o miles de rostros se cruzaran en mi camino, siempre busqué el mismo, y nunca lo hallé —confesó Graco.
Maela respiró con dificultad, y sus ojos se cerraron, quedando traspuesta.
—No me dejes —suplicó él, rompiéndose en mil pedazos por dentro.
Transcurridos unos tensos instantes, ella entreabrió de nuevo sus ojos, ahora tintados de un azul frío, como un velo cubriendo la vida.

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