sábado, 7 de junio de 2014

Huellas en el camino



Un dicho popular cuenta que al final de nuestras vidas es mejor arrepentirse de las cosas realizadas que de las no llevadas a cabo. Es una gran verdad, pues aquello que no hicimos es lo que más dolor nos produce en el otoño de nuestra existencia; y esto me hace recordar la cita de Hamlet: «Ser o no ser, he aquí el dilema». Una importante reflexión que se repite en el habla y pensamiento de grandes seres humanos a lo largo de la historia. Es también el lema del magnífico canto a la vida que representa la obra «La rueda de la vida», de la excepcional Elisabeth Kübler Ross. Y por supuesto, es el barco en el que navegó Bruce Lee, el gran heraldo de la metafísica marcial, quien nos exhortó a la mayor de todas las grandezas a las que pueda aspirar todo ser humano: ser libre, ser uno mismo. Tarea nada fácil, por cierto, en medio de las grandes telarañas sociales que nos confinan al más anodino de los silos, condenándonos a un olvido de sí, de quiénes somos y cuáles son nuestras auténticas posibilidades.
Hace años, siguiendo los consejos de Bruce, yo elegí ser. Quise adentrarme en mi propio camino y aprender a pensar por mí mismo, y no a través de otros; algo que la vida ofrece sutilmente sin descanso. Básicamente, debía elegir entre las verdades de los demás, o la propia. Si deseaba ser vivido, o por el contrario, mantener mi propio espíritu e independencia vital.
No me considero una persona relevante, y menos aún importante. Adolezco de una concepción universalista que me hace mirar con ojos bastante críticos. Soy rebelde y gusto de romper las normas. Mi nombre les resultará vagamente familiar a unos pocos; otros, en cambio, me recordarán con suficiencia; aunque la inmensa mayoría ignora quien soy. Así es como es. Polvo en el tiempo.

A principios de los años ochenta, tras pedir permiso a los chicos del club de Hong Kong, puse en marcha el «Bruce Lee JKD Club España». Con él, y a lo largo de casi una década, muchísimo esfuerzo y cien fascículos privados, intenté dar a conocer la auténtica imagen de un hombre notable, ocultada parcialmente tras las histriónicas vestimentas de la actuación. El fiasco de «Game of death» fue el detonante; mi corazón, el motor; y la mente, el inflexible tirano que jaló de mí hasta conseguirlo.
Para la módica publicación se tuvieron que traducir libros enteros y cientos de artículos. Importé material gráfico y audio visual que representó un impacto en el ánimo de los aficionados en aquellas épocas: revistas chinas, japonesas, alemanas, americanas, etc. Libros y posters diversos. Toda la discografía de Bruce Lee —algunas grabaciones bastante extrañas, como la japonesa «Enter the Dragon» sin el fondo musical, donde los gritos y la respiraciones de Bruce Lee calaban hasta la médula—; las primeras películas en Super 8mm, las venideras en soporte de vídeo, y otros, tales como el documental «Enter on location», la prueba de la Fox que le proporcionó el papel de Kato, los trailers originales, escenas de The Green Hornet, etc. Me resulta difícil recordarlo todo, dada la ingente cantidad.







A precios siempre módicos, lo distribuí todo entre los socios. Lo único que pretendía era obtener el dinero necesario para llevar el Club adelante y editar la revista. En 1983 abrí un gimnasio en mi ciudad, y dos años más tarde comencé a navegar en mi propio bote: el Jeet Contact. Es el vehículo del que me serví durante casi treinta años para seguir impartiendo la filosofía que cambió mi vida.
Durante todo este tiempo contemplaba los altibajos sufridos por el legado de Bruce Lee, entre tanto yo me iba convirtiendo en el maestro de mi propia vida, sopesando las sensaciones que producen los cambios en uno mismo; esbozando una cómplice sonrisa ante el recuerdo. Creo que nunca me despendí del todo del suyo, y en épocas en las que el lazo había holgado, alguien o algo volvía estrecharlo.
Inefable es el sentimiento que me embargó cuando al fin mis ojos pudieron ver todas las imágenes rodadas para «Game of death»; esperanzador cuando algunos pocos gestaron buenas y honestas empresas a favor del rico legado de Bruce. Ominoso cuando otros muchos se abalanzaron sobre el JKD, ofreciendo nuevos y estremecedores postulados, envueltos en el pálido celofán de la subjetividad, la fama, y el afán de lucro sin limite Y un especial deleite al contemplar, en los albores del siglo XXI, una serie de publicaciones cuidadas y formales. Tal es el caso de todas las salidas de la mano de John Little, Marcos Ocaña, y la revista Bruceleemanía. 



Todos sabemos que la vida ofrece ciertos caminos y elecciones. En nosotros radica la fuerza para escoger. A menudo, hacer lo que de verdad quieres y en la en forma que deseas, requiere un pequeño anonimato. La fama y el dinero suelen presionar excesivamente al poeta de la vida; aunque es cierto que lo idóneo sería obtenerlo con cierta discreción, sin que se nos fuera de las manos.
Hay muchas formas de hacer historia, aunque yo sólo contemplo una: partiendo de la premisa lanzada por Bruce, recorrer el sendero de la realización personal, sin importar las asperezas. Ahora ya puedo decir que, en mi caso, ha merecido a todas luces la pena. No soy un dechado de virtudes, pero lo más honesto de mí afloró bebiendo íntimamente cientos de tazas de té y desbordado la mía sobre otros tantos, promoviendo el mensaje liberador de Bruce, despabilando oídos, abriendo las mentes, e incitando al descubrimiento de la verdad de cada cual, siempre genuina y poderosa.

Luciendo el chandal de Game of death. Año 1980
Una de las pocos fotos imitando a Bruce Lee. Año 1981
Entrenándome para alcanzar mi sueño de ser profesor. Año 1982

 El paso del tiempo nos transforma, de igual forma que la descrita por Bruce sobre los amantes: de las ardientes llamas pasamos al dulce calor de las brasas. En este gran lapso he asistido a la propia encarnación de muchos de sus principios. He podido darme cuenta del efecto producido por el desprendimiento, el pulido, y la consecución final de la simple esencia. De que el arte marcial es y debería ser un acto de sencillez. De la importancia que reviste preservar el vacío y el círculo sin forma. De que la vida es un proceso de descubrimiento sin fin y de que lo absoluto es un signo de patología.
Bruce, además, mostró que se pueden alcanzar los sueños si los anhelas con todo tu corazón, si bogas hacia ellos sin interferencias, sin condiciones. Se expresó físicamente a través de su Jeet Kune Do, espiritualmente a través de la filosofía y humanamente a través de las películas. Pero todo ello adolecería de una trasnochada formulación, si no hubiera aderezado con su propio corazón, con su genuino ser, todos y cada una de estos cometidos. Con fortaleza y tesón, sin ambigüedades, sin eufemismos, sin miedo a subvertir las reglas del juego. Tal forma de hacer, no puede si no quedar firmemente anclada en todos aquellos que tuvieron el privilegio de conocerle. Desde mi punto de vista, este mensaje de libertad y de introspección del ser, apoyado en su arte marcial,  es su mejor logro, su mayor herencia; el auténtico legado.


En mi gimnasio. Año 2008

Y en lo que a mí se refiere —en este punto del viaje donde ya diviso las lejanas tierras de occidente, bañadas en las suaves tonalidades anaranjadas del bajío crepuscular—, mi paso ha hollado con la suficiente determinación el polvo del camino, tornándose en un andar decidido, envuelto en el habla enmudecida de un pensamiento del cual surge la huella indeleble que Bruce ha producido en mi corazón.  Un fiel compañero de aventuras, siempre susurrándome: «Sigue adelante, sé tu mismo, sé libre». Es el eco de su voz atemporal.

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